
Ana Segovia | Me duelen los ojos de mirar sin verte
La mirada es un puente entre lo visible y lo imaginado, un acto que no solo contempla, sino que crea. Mirar es llenar los vacíos con lo que deseamos, con aquello que sabemos que nunca llegará, pero que siempre está presente. En Me duelen los ojos de mirar sin verte, Ana Segovia (Ciudad de Méjico 1991) nos invita a habitar ese espacio entre lo visto y lo ausente, donde la ausencia no es carencia, sino un eco que resuena en el centro de cada mirada. Inspirada en la película Pena, penita, pena (1953, Miguel Morayta), Segovia construye una narrativa visual a través de sus pinturas, en la que los personajes miran hacia un escenario vacío, buscando a Lola Flores, no para encontrarla, sino para llenar su ausencia con la fuerza de la imaginación.
Los planos cinematográficos, y más concretamente los del cine de oro español, inspiran tanto la estructura de la exposición como la estética de esta propuesta. Segovia subvierte esta lógica cinematográfica al incorporar lo escenográfico dentro del espacio expositivo, convirtiendo al público en un protagonista activo dentro de la composición.
La pintura de Ana Segovia se inscribe en una estética donde el claroscuro se convierte en una herramienta expresiva que va más allá de la luz y la sombra: es el espacio donde la ausencia y la presencia dialogan. La paleta en esta serie de pinturas, dominada por ocres y tierras, recuerda la solidez matérica de la pintura barroca, donde la luz emerge desde la profundidad del color, modelando los cuerpos y dotándolos de un peso casi escultórico.
El folclore andaluz, con su teatralidad inherente, proporciona el marco emocional de esta propuesta. La copla y el flamenco, profundamente performativos, no solo expresan emociones; las dramatizan, las convierten en símbolos. Lola Flores, como figura central de esta tradición, no era solo una intérprete, sino un ícono cuya presencia trascendía el escenario.
«Me duelen los ojos de mirar sin verte» no es solo una exposición sobre la ausencia, sino sobre lo que esa ausencia genera. Al enfrentarnos a un escenario vacío en el que los personajes contemplan lo inalcanzable, Segovia convierte el acto de mirar en una experiencia profundamente activa. Aquí, el vacío no es silencio, sino un espacio donde el deseo, la memoria y la imaginación se encuentran. Como en el cine y en la vida, lo que no está presente define lo que sí está, recordándonos que la ausencia no es un vacío, sino una forma de presencia que nunca deja de resonar.