Tercera muestra personal del artista zaragozano Pablo Pérez Palacio en su galería madrileña Arte a Ciegas, en la que exhibirá una quincena de obras realizadas en el año 2024 y el actual 2025. Muestra integrada fundamentalmente por pinturas, realizadas en técnica mixta sobre tela, acrílico y pan de oro 24K sobre DM y una instalación escultórica.
Bajo la mirada curatorial de Omar-Pascual Castillo, quien ha escrito la siguiente nota sobre la obra de Pablo.
Trabajar desde la tensión entre lo que significa una ausencia, su vacío, y lo que nos empuja a seguir adelante como seres vivos, colectivos, comunitarios, familiares, por ende sociales, es lo que argumenta la obra reciente del artista Pablo Pérez Palacio como punto de partida y de llegada. Me resulta sintomático que en el Arte Actual (o tal vez debería decir el arte del último lustro, post-Pandemia global) haya resurgido de manera natural cierto pan-humanismo existencialista como pensamiento filosófico de base, desde el que se construye un espacio de especulación visual para explicarnos el mundo, no sólo en lo formal, lo comunicacional, lo estético, lo bio-político; sino también, lo espiritual.
Como si después de que nuestras vidas estuviesen en peligro globalmente, la espiritualidad hubiese regresado a nuestras vidas, tal vez, por el miedo o el traumático tránsito de la muerte.
Para ello, algunos artistas se adentran en un camino narrativo de re-fabulaciones mitológicas, muchas de ellas, de credos no monoteístas, justo como si fuese un retornello sanador a los ancestrales y politeístas cultos originarios, un camino que para muchos es decolonial, porque desafía las hegemonías monoteístas patriarcales. Por otro camino, otros artistas tratan de adentrarse en los espacios más esenciales y misteriosos donde la voz se hace un susurro abstracto, prefieren cuestionarse las razones estructurales de la fe, no representarla; ese es el camino que Pablo Pérez Palacio ha escogido para trazar una utopía artística que conteste a las preguntas que como humano se hace a diario.

Este camino intimista del lenguaje abstracto, al menos, el de Pablo evita la parafernalia de los fuegos artificiales y sus efectismos y se levanta (o aplana) como espacio de recogimiento, rincón de contemplación, templo ideal de la memoria pre-cognitiva, aquella de antes de que el logos nos dominase, antes de que nos gobernasen las imágenes. Este es así un arte de olores, de atmosferas, de sensaciones, no de acciones. Como si quisieran provocar más que un fetichismo burgués, un estado, una situación. Pero alejado de la performatividad de la vida cotidiana y sus ridículas puestas en escenas. Para alguien que estudió escenografía y que vivió y creció con un gran arquitecto, el espacio es algo que hay que apuntalar, adecuar, conquistar con molduras, rozamientos e insinuaciones. Encontrar dónde radica la tensión que nos empuja a la luz y nos aleja de la sombra, o se pone la sombra y su vacío como abrigo y brilla adentro, es simplemente inventarse un remanso de paz. Una paz que se conquista centímetro a centímetros, después de cada uno de nuestros lutos.